14 / mar / 2012 - Antonio Andreu (@AntAndreu).
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Mi fe no fue suficiente. Necesité meter el dedo en la llaga del costado para creer. Que lo que no se ve se hiciera evidente. Una señal. Un milagro. La revelación divina de que Él existe. Y volvió a ocurrir. Advertí la aureola sagrada sobre su cabeza. Como en otras ocasiones con otros. La reencarnación del Más Allá, acá. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. 1’98 metros. Uniforme rojo. Un toro en el pecho y zapatillas Nike aladas. Michael Jordan, sacándole la lengua al destino. Bienaventurados los que divierten. El negro que anotó 3.000 puntos en una temporada. Creo en Dios porque lo vi. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. No importa la cruz. Tampoco el libro. Mohammed o Cassius, Alí o Clay: flota como una mariposa, pica como una abeja. Un bailarín en el cuadrilátero, moviéndose a ritmo del Parkinson que vendría después. Rebelde con causa. Creo en Dios porque lo vi. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Orejas de soplillo que entran y salen del agua. De Baltimore a Pekín para colgarse quince medallas doradas. Mirolad Cavic atestigua el milagro de una mano divina que alcanzó primero la meta. La mano de Dios. La mano de Michael Phelps. Creo en Dios porque lo vi. Corriendo desatado de felicidad con las zapatillas desatadas por la velocidad. Tarareando reggae jamaicano. Más rápido que el viento. Vi la sonrisa de Usain Bolt, el arquero que fue rechazado de niño por tomarse la vida a la ligera. Creo en Dios porque lo vi. Escalando los Alpes dopado de quimioterapia. El orgullo de Austin, Texas. Un testículo del tamaño de una naranja: el tumor que da fuerza para pedalear y presidir ocho veces los Campos Elíseos. Lance Armstrong luchando por al amarillo. Creo en Dios porque lo vi.
Montado en una moto. El hijo de El Doctor. Conduciendo con prisa, viviendo con calma. Vi a Valentino Rossi acallar el rugido del motor para que sonara siempre el himno napolitano. Creo en Dios porque lo vi. Luciendo el ‘cavallino rampante’, un monoplaza que eternamente llegaba antes. Vi manejar a Michael Schumacher. Creo en Dios porque lo vi. Jugando al tenis vestido de esmoquin. Golpeando la pelota con la precisión de un reloj suizo. Vi a Roger Federer. Creo en Dios porque lo vi. Los vi. Vi los brazos en alto de Bekele, las piernas delgadas de Gebrselassie, las uñas pintadas de Isinbayeva, y la melena que asomaba bajo el casco de Sebastian Loeb. Vi al quarterback Joe Montana, al surfista Kelly Slater, al balonmanista Nicola Karabatic y al bateador Joe DiMaggio. Creo en Dios porque lo vi. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Vi a Dios vestido de futbolista, era él. Esta vez sí. Los espejismos pasados, personajes humanos muy cerca de lo divino, quedaron atrás. Falsa alarma. Alucinaciones brasileñas de alguien apodado El Rey. Un Padre Nuestro falso con acento argentino que devuelve Las Malvinas a la patria. El cambio de ritmo de aquel flaco holandés y el tango con ‘La Vieja’ de La Saeta. Platini, Zidane, Beckenbauer, Van Basten, Romario, Ronaldo, Ronaldinho y Roberto Baggio. Visiones dignas de inmortalidad, pero terrestres al fin y al cabo. Él es más. Dios decidió golpear la pelota con los pies aquí y ahora.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Vi a Lionel Messi jugar al fútbol. Vi a Dios jugando al fútbol.

Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. 1’98 metros. Uniforme rojo. Un toro en el pecho y zapatillas Nike aladas. Michael Jordan, sacándole la lengua al destino. Bienaventurados los que divierten. El negro que anotó 3.000 puntos en una temporada. Creo en Dios porque lo vi. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. No importa la cruz. Tampoco el libro. Mohammed o Cassius, Alí o Clay: flota como una mariposa, pica como una abeja. Un bailarín en el cuadrilátero, moviéndose a ritmo del Parkinson que vendría después. Rebelde con causa. Creo en Dios porque lo vi. Nuevamente, otra vez.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Orejas de soplillo que entran y salen del agua. De Baltimore a Pekín para colgarse quince medallas doradas. Mirolad Cavic atestigua el milagro de una mano divina que alcanzó primero la meta. La mano de Dios. La mano de Michael Phelps. Creo en Dios porque lo vi. Corriendo desatado de felicidad con las zapatillas desatadas por la velocidad. Tarareando reggae jamaicano. Más rápido que el viento. Vi la sonrisa de Usain Bolt, el arquero que fue rechazado de niño por tomarse la vida a la ligera. Creo en Dios porque lo vi. Escalando los Alpes dopado de quimioterapia. El orgullo de Austin, Texas. Un testículo del tamaño de una naranja: el tumor que da fuerza para pedalear y presidir ocho veces los Campos Elíseos. Lance Armstrong luchando por al amarillo. Creo en Dios porque lo vi.

Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Vi a Dios vestido de futbolista, era él. Esta vez sí. Los espejismos pasados, personajes humanos muy cerca de lo divino, quedaron atrás. Falsa alarma. Alucinaciones brasileñas de alguien apodado El Rey. Un Padre Nuestro falso con acento argentino que devuelve Las Malvinas a la patria. El cambio de ritmo de aquel flaco holandés y el tango con ‘La Vieja’ de La Saeta. Platini, Zidane, Beckenbauer, Van Basten, Romario, Ronaldo, Ronaldinho y Roberto Baggio. Visiones dignas de inmortalidad, pero terrestres al fin y al cabo. Él es más. Dios decidió golpear la pelota con los pies aquí y ahora.
Creo en Dios, Padre, Todopoderoso. Creo en Dios porque lo vi. Vi a Lionel Messi jugar al fútbol. Vi a Dios jugando al fútbol.
4 comentarios:
Esta bien y tal... pero dios no te deja creer por haber visto a Rafa Nadal, Miguel Induráin, Fernando Alonso,Pau Gasol... ???
Totalmente de acuerdo con el 'Anónimo'... Creo que hay una serie de deportistas que merecen estar en esa lista para poder seguir creyendo...
Tú eres tonto chaval.
Las hazañas deportivas están muy bien. Y se acabó.
Poner a un tipo en calzoncillos a la altura de Dios porque le da patadas a un balón bastante bien es necios
Cuando escribes un texto así, o eres muy bueno y emocionas, o eres un mediocre y queda ridículo. Tu caso.
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